miércoles, 27 de abril de 2016

Capítulo I



Cuando tocaron el timbre de la puerta de la suite del hotel, el marqués despertó abruptamente, sobresaltado. Las pesadillas  reflejaban su efecto, todavía, en esos ojos vidriosos y confusos, como perdidos en un tiempo lejano. El botones pidió un leve permiso, abrió la puerta  e ingresó al recibidor para ordenarlo, mientras el marqués terminaba de despertar en su habitación. Entonces, se situó perfectamente y entendió su suplicio. Allí estaba él, con los flashes  del mundo del espectáculo prestos a su próxima aparición. Ya no importaban los temas de sus novelas o sus posiciones políticas, siempre controversiales. Ahora la noticia era su separación y su nueva novia, una filipina española que representaba la frivolidad suprema para las revistas, y la novedad y aventura para los chismosos de los asuntos del corazón.
¿Cuándo se convirtió en el hazmerreír de los intelectuales? ¿Cuándo en el centro de burlas de las señoras de Madrid, Lima o Arequipa? Esas que antes lo asediaban como  a un galán de cine y ahora lo señalaban como a un lobo mañoso, un senil traidor, un viejo verde.
¿Cómo, volvió a preguntarse con amargura, se convirtió en todo eso que las personas decían que él era? Y lo peor era aceptar las conjeturas de  sus exadmiradores y enemigos,  los que afirmaban  en diarios y revistas que El marqués se había traicionado como artista e intelectual, que ya no era aquel furibundo defensor de las libertades, sino un cómico espectro del pasado que sonreía feliz frente a las cámaras de las revistas frívolas y ridículas.
Todas esas ideas se entremezclaban en su cabeza desde la noche anterior y ahora lo atormentaban, mientras iba desperezándose poco a poco. Luego, caminó hacia adelante, muy despacio,  casi arrastrando los pies  vio su imagen en el enorme espejo del armario barroco. Era él, ese cómico espectro que  antes había sido el intelectual más importante del mundo, aquel que leyó uno de los discursos más apasionados sobre el arte, la literatura, la política y el amor en las ceremonias del premio Nobel.  
Pero ya no queda nada de eso, pensó, y sintió que una tristeza y decepción lo invadía.
  • ¡Y todo por un culo!— gritó bastante fuerte y lanzando un manotazo al aire, de arriba hacia abajo.
Del otro lado, en el recibidor, el botones dejó caer, asustado, el florero isabelino de porcelana.

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[1] H. Biberstein - L'Œuvre du marquis de Sade, Guillaume Appolinaire (Edit.), Bibliothèque des Curieux, París, 1912.
Retrato imaginario sobre el Marqués de Sade